sábado, 12 de julio de 2008

Destrozame

Y aunque ha dicho que esto no es un “adiós” para mi es el final.

Sakura, luego de confesarme lo de los planes de sus padres por casarlo lo antes posible, intentó hacerme pasar un día especial, como si este fuera nuestro último día juntos, yo no estaba de ánimo para eso, pero tampoco quería arruinarlo pues aunque me doliera si era verdad que teníamos que distanciarnos de nuevo quería tener un hermoso recuerdo.

Creo que viví esa tarde como la mejor de mi vida, recorriendo lugares con Sakura, platicándole todos mis secretos y escuchando los suyos, caminando bajo la lluvia sin soltarnos de la mano, permitiéndonos creer que mañana todo sería igual.

Cuando llegamos al departamento de Ken estábamos tan empapados que no podíamos distinguir las lágrimas de las gotas de lluvia. Nos miramos en silencio frente a frente, quería yo grabarme su rostro para cuando no le tuviera más me aferrara a su recuerdo. Despacio nos quitamos la húmeda ropa el uno al otro, sin interrumpir el contacto visual, yo comencé a sollozar el corazón me dolía, el futuro perfecto caía como la ropa, todo se desmoronaba ante mis ojos y yo era incapaz de hacer algo para detenerlo. Pero Sakura me abrazó, dándome ese calor y esa protección que siempre me han hecho falta.

“No llores…quiero recordarte como la primera vez que te vi, radiante, sonriente, especial…”. Sus manos suaves se volvieron palomas, sus caricias eran plumas blancas cayendo sobre mi cuerpo y sus besos mariposas.

Apagamos la luz permitiendo a la luna ser la única iluminación. Sakura se tendió sobre mí recargando su cabeza contra mi frente y yo le abracé por el cuello para no dejarle ir jamás. “Te amo…nos volveremos a encontrar…” sus palabras se impregnaron en mi piel, tal como sus besos.

Esos besos etéreos, que viajan de los labios al cuello, para continuar su recorrido a mi destrozado corazón intentando sanarlo con su ternura.

Sus caricias, su pasión, la manera dulce en que unía su cuerpo al mío, hasta que éramos unos, alma y cuerpo, y sus embestidas lentas me llenaban de un placer casi espiritual, porque hacer al amor es tan diferente al sexo, hacer el amor es entregar un pedazo del corazón y el alma entera, es sentir lo que siente el otro y respirar su aliento, vivir a través de el y contemplar la unión perfecta de dos personas que se aman.

Terminamos exhaustos, pero aun mirándonos a los ojos, contemplando como las lágrimas nos brotaban a la par de los sentimientos. Cuando desperté el calor de su cuerpo se había esfumado…

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